Presencia y territorio el derecho al paisaje
Todavía me parece oír el ruido del neón […] Los ocupantes del hotel lo dejaban prendido no por desidia, tampoco por nostalgia, sino para recordar que estaban vivos. Aún podían hacer algo caprichoso, meramente estético, aún podían modificar el paisaje.
Fernanda Trías, Mugre rosa
Si por “paisaje” entendemos la extensión que fascina a una mirada, entonces atribuimos demasiado a la visualidad. Condicionado por la distancia, el encanto se rompe al intentar asirlo. Un horizonte que no resiste el menor paso hacia dentro. Al parecer, el ojo no descubre un panorama, es la imagen la que anula el cuerpo: plantea un escenario mientras imposibilita el acceso.
Digo “derecho” y no “contemplación”, digo “territorio” y no “entorno”, porque el espacio es cuestión de certeza, responde a nuestras convicciones de lo que debería ser el mundo. Si no admite transformación, entonces supone un límite.
Esta exposición, presentada en el Museo de la Cancillería, reúne a cuatro artistas de diferentes localidades del país: Baja California, Sinaloa, Valle del mezquital y ese vaivén ambiguo aunque común que comprende la CDMX y el Estado de México. Inevitablemente las obras involucran su contexto, pero no son un mero producto de éste. Propongo ver en ellas un espacio negativo, apreciar su superficie inmediata sí, pero también entrever aquellos conflictos que contornean.
¿Qué tan amplia es una presencia, qué tanto se distiende la ausencia? En los sitios deshabitados que muestra Amanda Bueno, así como en las figuras vacuas de Coraima Mena, se cifra el abandono. No son intervalos desiertos, más bien acusan una tragedia. Una frontera personal cuyo interior se ha desbordado hasta colmarlo todo. Invisible pero ahí. Como las flores que nadie nota en medio de obra negra, o un personaje eliminado de las fotografías familiares.
¿Cómo habitar este sitio que Amanda tendió entre dos cuadros, uno dedicado a un deslave y otro a la sombra de una mano? Un hogar emplazado entre el exceso material y su insuficiencia, entre un suelo colapsado y una proyección deseante. Lo que no pudo sustentar una montaña ni retener la nostalgia lo ha entregado con generosidad la pintura.
Las fotografías de Coraima sugieren en forma y tamaño cajas de Petri, una expresión visual y poética de una espera enmohecida que descompone los elementos reconocibles en un fantasma abstracto. Junto con ellas presenta Ciudad de los carteles, un ready made que documenta cómo la búsqueda de mujeres desaparecidas queda sepultada por un alud publicitario, el resultado es un conjunto de cartelones apelmazados que omite, incluso en la emergencia, la participación femenina en el ámbito público.
Alan Maqueda nos coloca en una geografía cuya división política se concentra en lugares que son reales sin tener suelo concreto, “La Chingada” por ejemplo. No se puede ir más lejos, salir de ese sitio inmenso a donde se arroja todo, quizá a donde son relegados los espectros de Mena y de Bueno, para yacer junto a esos episodios históricos que sólo pueden narrar los rumores, como la venta por parte de CONASUPO de leche contaminada por material radiactivo derivado de Chernobyl.
Junto a los íconos que interviene Maqueda, mi obra se apropia de la polución publicitaria, no para evocar el mar, sino para recuperar el agua. Reutilizo como soporte los carteles de Coca-cola y, a continuación, bloqueo con óleo algunas de sus letras hasta dejar visibles únicamente aquellas que forman palabras referentes al agua o a la lucha por el derecho a su conservación y acceso. Una creciente sed mapea su ausencia.
En suma, ¿el lindero que conforma una distopia puede acoger simultáneamente un emplazamiento mágico? ¿Qué presencias aguardan detrás de los puntos ciegos de un símbolo? ¿Quiénes campean en el espacio público y quiénes en un trasunto ficticio? ¿Cómo hacer manar una fuente en un círculo plano?
Jamás se ha tratado del hallazgo, de un paréntesis focal que enmarca lo extraordinario en medio del horror. Ese clásico gesto de contemplación que se proyecta sobre el paisaje fue siempre un gran atrevimiento… un momento decisivo que revela si podemos mantener la vista en alto, sostenerle la mirada a lo que hemos hecho.
Hugo Alejandro Vega
febrero de 2025